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Destino y fortuna: La ejecución de Ana Bolena, reina de Inglaterra|19 de mayo, 1536|Natalie Dormer

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Voz en español de Ana Bolena: Carla Castañeda

«Si alguien, en algún momento, decide reflexionar sobre mi caso, lo único que les pido...es que me juzguen lo mejor que puedan».

Hace 483 años, un viernes 19 de mayo de 1536, una mujer de cabello oscuro despertaba en sus apartamentos reales de la torre de Londres, los mismos donde tres años antes había esperado para que la llevaran a su coronación como reina de Inglaterra. Su esposo, Enrique VIII, arriesgó guerras, dividió su reino por la mitad, movió cielo y Tierra para ganar su mano. Ahora, se había vuelto en su contra. #AnaBolena rondaba la treintena cuando fue asesinada, víctima de una conspiración y tras un juicio más que discutible promovido por sus enemigos y auspiciado por el rey, obsesionado por engendrar un heredero varón y que ya estaba cortejando a la que sería su tercera esposa, Jane Seymour.

Cada 19 de mayo, miles de personas visitan la capilla de San Pedro ad Vincula, en el recinto de la Torre, para honrar su memoria con una plegaria y unas flores. Visionaria, intelectual, admirable y adelantada a su tiempo, Ana Bolena representó el tumultuoso cambio político, religioso y educativo que se dio en Inglaterra, participando activamente en el comienzo de la reforma protestante. La han llamado «la reina consorte más influyente e importante que Inglaterra ha tenido nunca».

El golpe en su contra fue rápido: 17 días. Su arresto fue chocante debido a los crímenes que decían había cometido. Sin embargo, Ana se defendió tan elocuentemente en su juicio que todos, incluso sus enemigos, admitieron que era una farsa para librarse de ella. Antes de morir, juró en el santo sacramento que era inocente.

Tras numerosas investigaciones, hoy sabemos que los cargos fueron falsos. En siglos posteriores se probó su inocencia y fue conmemorada más tarde como mártir en la cultura Protestante inglesa, particularmente por los trabajos de John Foxe. En años recientes, la opinión académica e histórica sobre ella ha sido generalmente favorable, en parte gracias a las biografías del profesor Eric Ives (2004), Alison Weir y Antonia Fraser. Los trabajos de David Starkey, John Guy, Retha Warnicke, Joanna Denny y la feminista Karen Lindsey la abordaron de forma similar.

Cuando Ana vió la luz del sol por última vez, a las 9:00 AM del 19 de mayo, muchos de los que acudieron a verla se impresionaron por su serenidad y aplomo. Vestía una capa de armiño, el pelo recogido en un tocado inglés, traje de damasco negro, con una enagua roja. El rojo es el color litúrgico del martirio: era una declaración muy visual de su inocencia y su significado fue claro para los observadores. Cruzó el patio y el enorme portón detrás del cual la esperaba una multitud. Las ejecuciones atraían público, pero esta era la primera de una reina. Ana mostró tal valentía y habló tan convincentemente en el patíbulo que la multitud acabó conmovida. Los testigos dicen que al acercarse al patíbulo reciente y rápidamente eregido, Ana parecía alegre, calmada, segura de su inocencia.

Sus palabras de despedida fueron conmovedoras. Natalie Dormer, aparte de darnos la mejor actuación de su carrera, nos regala el retrato histórico exacto de esa gran reina que hoy se descubre ante nosotros, sin derramar una sola lágrima. Un ejemplo de dignidad, fortaleza y determinación para todas las mujeres.

La multitud quedó en shock: era la primera vez que veían morir a una mujer. Llorando, las 4 damas que le acompañaban recogieron la cabeza y la envolvieron en una manta blanca. Kingston había estado tan ocupado que no había conseguido un ataúd, así que trajo un baúl donde se guardaban flechas. Dos horas después, cuando llegó un sacerdote, las damas de honor llevaron el cuerpo hasta la capilla adjunta, y la sepultaron en una tumba sin nombre. Durante ese tiempo, tuvieron que despojar el cuerpo de sus lujosas vestimentas. El rey no quería reliquias de su fallecida esposa rondando por ahí. Sus retratos fueron destruidos y pocos sobreviven hasta nuestros días. Al morir, Ana dejó huérfana a su hijita de casi 3 años: Isabel Tudor.

Sus enemigos celebraron. Pero sus amigos, aquellos que la habían conocido y conversado con ella, lloraron mucho su muerte. Al oír el cañón del ayuntamiento que anunciaba lo ocurrido, Tomás Cranmer, arzobispo y gran amigo de Ana, exclamó: «Aquella que una vez fue nuestra reina en la Tierra, hoy será reina en el cielo».

Al día siguiente, #EnriqueVIII anunció su compromiso con Jane Seymour, la única de sus seis esposas que le daría lo que tanto añoraba: un hijo varón. Pero la felicidad le duró poco: Jane murió menos de un año y medio después. Enrique acabó sus días viejo, enfermo y con muchas muertes más sobre sus hombros. Sus otros hijos, Eduardo y María, murieron tras cortos y desastrosos reinados. Al final, fue la hija que engendró con Ana Bolena, la monarca más grande de la historia, quien llevó a Inglaterra a su florecimiento como una gran nación, en una próspera edad de oro que duró 44 años: Isabel I
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